miércoles, 8 de junio de 2016

Antología de cuentos ancashinos (El Karko no falla)


En la choza... Al obscurecer... Los indios alrededor del fogón... Arde de la leña húmeda... El humo hace toser... En el techo colgado un jamón. Afuera llovizna.

El indio forastero, el "camili", vendedor de yerbas y amuletos, buenos para el amor, para cicatrizar heridas y conjurar maleficios, explicaba: " En los valles del Cuzco, de las nubes llueven sapos... Duermen unos sobre otros y forman montones tan grandes que parecen pedrones... Es corriente que los sapos se metan en las chozas".
 - Pues aquí  - interrumpió un indio -apenas se encuentran algunos... Cuando algún sapo se aventura a entrar en nuestras chozas, es funesto presagio, de que tenemos que morir o abandonar para siempre nuestra tierra.
- "El Karko no falla - dijo una vieja -Todo Olleros sabe lo que le pasó al pobre Alvarón... Un sapo se te presentó una noche en su "chuklla"... Al otro día en el preciso momento que contaba el caso, viene un rayo, mata a Alvarón y deja ilesos a los demás".
Como si se hubiera oído la conversación y quisiera hacerse presente, un enorme sapo, de ojos saltones con la boca abierta, de un salto se plantó cerca del fuego.

Las mujeres y los niños chillaron  espantados y los hombres fueron poseídos de secreto terror.

El forastero riendo, cogió de una zanca al animalejo y lo arrojó al fuego.

El pobre animal se achicharró. Después de varias contorsiones inversosimiles, una baba inmunda le cubrió todo el cuerpo, y un olor repugnante a carne quemada cosquilleó las narices.

Un niño rompió a llorar. "Ay, mamita, alguien se va a morir!"

Los indios quedaron tétricos. El "camili" un poco borracho no medía bien sus palabras.

En lugar de ponderar sus amuletos y oraciones mágicas contra el karko, como lo hubiera hecho el menos comerciante de su tribu, se burlaba impíamente de las "olleras" supersticiones. El espirítu malo de los descreídos mistes de Puno habla por su boca.
- ¿Tú no crees? -le interrogó sordamente un "ollero" de mirada aviesa.
- Shemirá - contestó a manera de respuesta -una infusión de cuya - cuya con un puñadito de huanarpo macho y una pasadita de mano, a la blanca más orgullos las vuelve blanda chancaca... ¡Cholo! yo me he comido mucha chancaca rubia.
Hablaba como un endemoniado negro de Lima, de esos que por Huarás aparecen en tiempos de elecciones reñidas "pura boca no más, porque gallinazo en puna no canta", como decían los mestizos.

Los "olleros" estaban molestos. El de la mirada atravesada gritaba fúnebre: "El karko no falla".

Para apaciguar los ánimos del forastero hizo traer un cántaro de chicha. Bebieron todos... Un único "poto" circulaba en incesante de mano en mano. Como si con la la chicha hubiera ingerido algo de sus diabólicos afrodisíacos el cameli lujurioso, en extremo, a una chola robusta como una vaca, le pellizcó ferozmente en las nalgas.

Con una lluvia de golpes y un alud de palabrotas fue devuelta la caricia. Todos los "olleros" se fueron sobre él. Cayó al suelo. Lo sacaron arrastrando. Y lo arrojaron afuera: sin poncho, sin alfombras, sin sombrero, con la cabeza ensangrentada y el cuerpo magullado a puntapiés.

El cameli era indomable, todavía les gritó: ¡Ladrones! ¡Huanquilleros! ¡Matagentes! ¡Perros! ¡Me quejaré donde el prefecto, ya verán son unos sinverguenzas olleros!
- Para guardar un secreto, no hay como el río -dijo el indio de mirada aviesa -la noche está obscura.
Los caminos resbaladizos... Bien puede caerse un borracho al río.

Los demás se miraron, se encogieron de hombros...

¡Phest! Como quieras... Pero eso sí: fuera de los linderos del pueblo!


Un hueco en las nubes... La luna... La redonda... Lechosa la luz... Suspendido en el abismo... El fondo negro... El camino se curva como una herradura. De plata. Espumosa cascada la corta en el centro, Dice la leyenda de Santo Toribio, de un golpe de báculo hizo saltar las rocas este chorro espumoso. Y en memoria del Santo, "Arzobispo" desde lo han llamado.

Sitio trágico. Bordean el estrecho camino cruces de piedra... Signos de muerte, que parecen decir al viajero: "Aquí cayó uno para siempre". La venganza acecha en el recodo sombrío. La venganza sanguinaria del mestizo y la traicionera del indio. Es inútil el arco iris de paz de la cascada...

Perenne serenata de las aguas a las cruces. De la Belleza a la muerte...

El "camili" al pie de la cascada se inclinó a beber. Tenía sed... De sus manos hizo un cuenco... Y apenas sus labios besaron el agua... Un golpe formidable recibió en la sien. "El karko no falla", oyó decir... Cayó... Y el abismo negro, sombrío, abrió sus fauces para tragarlo.

Al otro día el río Santa arrojó en una orilla florida, el cuerpo destrozado.


Cuenca, J. F. (2014). Antologías de Justo Fernández Cuenca (Antología de cuentistas ancashinos). Huaraz: KILLA EDITORIAL EIRL.


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